Texto de Liliana Quintero


(in) pulso
Humanidad y Tierra formamos una única realidad espléndida, reluciente y la vez frágil. Esta percepción no es ilusoria. Es radicalmente cierta […] estamos formados por las mismas energías, por los mismos elementos físico-químicos, dentro de la misma red de relaciones.
Leonardo Boff



El problema es en gran medida, como advierte Leonardo Boff,  la separación del Yo con el cosmos, con la Tierra. Se hizo realidad el mito de Hombres-Dioses capaces de crear un universo dentro del Universo. La ilusión de la razón instrumental objetivó el mundo. Pero el cosmos no debe ser objetivado ya que en él interfieren seres vivos entre sí mediante intercambios de energía. Esa es la dirección que hay que retomar, pero no como escenario publicitario, sino en el sentido profundo, como paradigma rector.
Una posible solución será religarnos y trabajar en conjunto para olvidar al Yo/ego como fundamento y construir una visión que permita la congregación como humanidad, y reconocer que tenemos el mismo origen y a la vez el mismo destino. Aunque el olvido de haber roto el cordón umbilical con la madre tierra permitió un antropocentrismo exacerbado que generó el sueño de la autosuficiencia para intentar dominarlo todo.
No hay que pensar la tierra, hay que ser Tierra, ya que sólo así podemos percibir nuestros límites.
Quizá uno de los límites más significativos sea la tecnología, ya que en la actualidad se erige como nuestro hábitat, hemos generado un vínculo mayor con ella que con la Tierra. Así, de manera vertiginosa, se puede ver un estado entrópico que conlleva a la muerte.
Hemos dominado al mundo y le hemos dado el valor de objeto. Aquí hay un estado energético que se ha entorpecido desde hace varias décadas. La cosificación del mundo ha permitido que el hombre ahorre energía y le ha brindado todo el valor energético-mecánico a los dispositivos tecnológicos. Ahora es imposible desprendernos de este entramado de relaciones biológicas, mecánicas-digitales; el mundo tecnocientífico camina solo. Hemos creado un autómata dinámico que imita los rasgos distintivos de lo vivo, está animado. Por ende parece tener voluntad propia.
Uno de los caminos será despertar la energía compasiva que requiere un reconocimiento del otro, pero como singularidad viva, “singularidad libre, anónima y nómada que recorre tanto a los hombres como los animales las plantas”[1].
Quizá la propuesta estética sea una alternativa para inventar dispositivos que nos permitan mirar aquello que ha quedado oculto, no es simple descubrir el funcionamiento del mundo, por eso son relevantes piezas como (in) pulso de Minerva Hernández, quien utiliza el  recurso de la instalación y muestra cómo la energía no es exclusiva de lo mecánico, se hace visible que la dynamis de la vida puede ser generada por un fruto. La pieza se presenta como un guiño que nos recuerda que el camino de la tecnología ha sido separar la artificialidad del mundo y la ha orillado a terrenos de saqueo de energía que debe ser explotada. Minerva intenta una reconciliación, desde su gestación creativa, de integrar diversas disciplinas que dialoguen en aras de una armonía natural-artificial, pero no parte de añadir lo tecnológico en lo orgánico para que se vuelva un objeto, sino muestra que lo natural tiene una potencia viva que puede salpicar hasta los terrenos artificiales. Si la mirada deja de ser lineal, no hay fronteras entre lo natural y lo artificial, de esta manera la pieza pone e im-pone el fluir energético frente a los ojos del espectador en un escaparate, pero a su vez no hay intervención alguna forzada, el sonido es pura energía del ácido de la fruta. La presencia estética de la forma es interpuesta por mecanismos que permiten liberarla para entonces, escuchar su voz.
Así, (in) pulso rescata ese impulso vital y recuerda que alguna vez el arte y la ciencia no estaban separados.

Liliana Quintero
Investigadora en arte y medios


[1]  Gilles Deleuze, Lógica del sentido, Barcelona: Paidos, 2002, p. 141.